viernes, 29 de diciembre de 2006

El lunes empiezo

Si a algo estamos acostumbrados es a oír el firme propósito de todos aquellos a los que nos sobran kilos, en mayor o menor medida (a mi me sobran en cantidades difíciles de medir), de comenzar una dieta que nos lleve a lucir un tipín playero nacido del utópico resultado de la ingesta de algunas piezas de fruta, alcachofas o del manjar que hayan puesto de moda las estrellas de Hollywood o de cualquier otro lugar con cierto glamour.

Incluso yo, rebelde a todo cuanto pueda sonar a light o cualquier otro término que desnaturalice los alimentos o bebidas a las que adjetiva, también he hecho uso en algunas ocasiones a lo largo de mi vida, de esta promesa aunque la fuerza de voluntad, conste que la tengo, por algún extraño capricho de mi lado menos racional, no me ha acompañado en mis intentos de perder algunos gramos.

Precisamente es mi falta de voluntad lo que me ha llevado a buscar ayuda para alcanzar mis propósitos. Pero también esto de externalizar las promesas se convierte una labor ardua y compleja. Tanto es así que después de recorrer revistas, libros, amigos-que-conocen-famosos-endocrinos y de escuchar todo tipo de experiencias en centros de adelgazamiento masificados en donde se reparten con muchísima ligereza papeles amarillos con una dieta pretendidamente personalizada, lugares en los que se reparten cápsulas de dudosa eficacia por una empleada con cuestionables conocimientos sobre dietética, he decidido usar mis influencias y recurrir a quienes año tras año se nos muestran como los más capaces de conseguirnos aquello que tanto deseamos: Los Reyes Magos.

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